La publicación fue presentada ayer, en la Fundación para el Progreso (FPP), por Harald Beyer, rector de la Universidad Adolfo Ibáñez; Ricardo Capponi, psiquiatra y autor del libro ‘Felicidad sólida’, y Axel Kaiser, director ejecutivo de FPP.
Estado de miedo y obsesión por el bienestar
Axel Kaiser dijo haberse interesado por el trabajo de Lukianoff y Haidt porque es una obra fundamental para entender cuáles son las consecuencias que la fragilidad psicológica produce en la gente joven y de qué manera eso afecta a la democracia: ‘Tenemos que advertir que la sobreprotección y el exceso de empatía pueden arruinar la integridad psicológica de las nuevas generaciones’.
El libro argumenta que los problemas actuales que se dan en campus universitarios estadounidenses —aunque las ideas pueden extrapolarse a otros lugares— tienen su origen en un grupo de ‘grandes falacias’ que han sido introducidas como parte de la educación, incluso desde la niñez.
Estas falacias son ‘la mentira de la fragilidad’, descrita como ‘lo que no te mata te hace feliz’; ‘la mentira del razonamiento emocional’, que valida la confianza en los sentimientos propios, cualquiera sea el caso, y ‘la mentira de nosotros versus ellos’: la vida como una guerra entre personas buenas y malas.
Todo esto habría generado un estado de miedo, caracterizado por una obsesión por la seguridad, que estaría pulverizando la mente de los jóvenes, cada vez más dependientes y más vulnerables. De tal modo, no están preparados para encarar la vida, que es conflicto, ni la democracia, que es debate. El fracaso está a las puertas si es que ya no está instalado.
¿Debemos liquidar el debate y aceptar la censura?
El corolario de Lukianoff y Haidt —que actualizan con su libro información de antigua data— se encuentra ya en los filósofos estoicos, que basaban su doctrina en el dominio y control de los hechos, cosas y pasiones que perturban la vida: para ser fuerte no hay que eludir la adversidad, sino encararla.
Por lo mismo, sobreproteger a un niño es en realidad desampararlo: ‘Es criarlo en un líquido amniótico artificial que tarde o temprano le va a faltar’, como dice el psicólogo social Jonathan Haidt, quien también se pregunta si es que la sociedad debe sobreproteger a los colectivos históricamente discriminados, a las mujeres, los homosexuales o los afroamericanos. Él responde que ‘claro que hay que luchar contra el machismo, el racismo o el antisemitismo. Pero esa batalla, ¿cómo ha de librarse exactamente? ¿Debemos renunciar al uso de determinadas palabras? ¿Debemos olvidarnos del debate en libertad y aceptar ser censurados? ¿Debemos ignorar las verdades científicas cuando son incómodas? Y, algo muy importante, ¿debemos privar a las mujeres, los homosexuales o los judíos, a cualquier niño, de la capacidad crítica y la fortaleza necesarias para afrontar la vida?’.
Harald Beyer abordó el tema desde una perspectiva académica poniendo atención en múltiples aspectos del texto. Uno de ellos, los contenidos que puedan ofender determinadas sensibilidades, en el marco de esta suerte de ‘cultura de seguridad’ que podría producir una distorsión cognitiva fatal para la vida democrática. A su juicio, ‘la fragilidad emocional que se aspiraría a proteger con la restricción de la libertad de expresión es una alarma para las sociedades abiertas que difícilmente pueden progresar sin un contraste de opiniones, por muy incómodas que ellas sean. Paradojalmente, esto tiene un efecto contrario al deseado: exacerbar pensamientos dicotómicos creando comunidades menos inclusivas’.
‘Creamos pseudoadultos, inmaduros, inermes’
El psiquiatra Ricardo Capponi, por su parte, observó que los autores Haidt y Lukianoff nos ponen al frente de una sociedad de transición cuyas características, entre otras, son la desafección por el trabajo y la no postergación del deseo. ‘Los padres, alucinados por la sociedad de consumo, caen así en la malcrianza. Postergar el deseo es la forma de construir mente y estabilidad emocional. En cambio, lo que hacemos es evitar el dolor, procuramos la satisfacción inmediata, evitamos todo tipo de conflicto. Y así nos empobrecemos mentalmente y perdemos de vista que la vida es una sucesión de pérdidas y conflictos’.
Los autores no quieren jóvenes intelectualmente protegidos ni mimados. Al revés, quieren que sean fuertes y para eso ‘no se les puede pavimentar el camino’. Así, Haidt califica como ‘letal para los propios niños la intervención obsesiva de los padres y profesores para evitar que puedan sufrir en el colegio. La cultura de la ultraseguridad está engendrando una generación de pseudoadultos, inmaduros e inermes’.