Romina Bisquett (20) y Julieta (2) salen de su casa en Ñuñoa a las 8 de la mañana rumbo al paradero. Romina lleva a su hija en coche, tapada hasta el cuello con una manta de polar. La mira y la hace reír. Dice que siempre le conversa en las mañanas para que llegue contenta al jardín.
Romina se dio cuenta de que estaba embarazada cuando estaba en cuarto medio, mientras cursaba un intercambio estudiantil en Bélgica. Regresó a Iquique, su ciudad natal, a continuar el embarazo, y durante el 2017 se dedicó a la crianza y a estudiar para la Prueba de Selección Universitaria (PSU). A principios de 2018 llegó a Santiago junto a Julieta, para ingresar a la Universidad de Chile. Partió estudiando Música, pero el segundo semestre se cambió a Ingeniería en Recursos Naturales y Renovables. Antes de postular a la universidad supo que abrirían cuatro jardines en diferentes campus de la institución para los hijos de madres y padres estudiantes. Ella necesitaba ese beneficio porque no tenía una red de apoyo en Santiago, ni familiares con quién dejar a su hija.
—Si no hubiese existido el jardín de la universidad yo no sé qué hubiese hecho, porque soy de región, no tengo con quién dejarla acá, los jardines particulares son súper caros y no califico para entrar a un jardín Junji por no ser de un estrato tan bajo —dice Romina Bisquett.
Julieta ingresó a la sala cuna Nietos de Bello, ubicado en el campus de Ingeniería, administrado por la Junji, pero con un convenio con la Universidad de Chile, cuando tenía 10 meses. Romina comenta que al principio su hija se despedía tranquilamente de ella, pero cuando se dio cuenta de que esta sería su nueva rutina diaria, el proceso se tornó más difícil.
—Tenía que dejarla llorando y me dolía el corazón. Yo me iba llorando también, porque me duele verla así, ver que de verdad está sufriendo porque quería estar conmigo y después estar en la clase tratando de prestar atención y, a la vez, pensando: ¡Oh! ¿Cómo estará?
Pero Julieta ya se acostumbró y entra al jardín riendo a carcajadas. Romina le saca la chaqueta y la lleva de la mano a la sala para tomar desayuno y luego se va a estudiar. Hoy no tiene clases, así es que se queda en la biblioteca de la Facultad de Ingeniería, ubicada a una cuadra del jardín, repasando sus asignaturas hasta las cuatro de la tarde, cuando retira a su hija y regresan a casa.
Son las 10 de la mañana. Mientras come un pan con queso y toma una leche en el patio de la facultad, Romina comenta que estudia todos los días, así siempre está preparada para las pruebas. Adoptó este método durante la etapa escolar porque formaba parte del centro de estudiantes, hacía deporte, estaba en la orquesta y además iba a clases. Pese a eso, generalmente toma cinco de los seis ramos que le exige la malla curricular por semestre.
—Normalmente salgo de clases y voy un rato a la biblioteca. Como estoy todo el tiempo estudiando, mis compañeros me dicen: ‘Ah… qué aplicada’, y tengo que serlo, pero sí, igual a veces quiero llegar a la casa y solo dormir, como lo hace la mayoría de la gente.
Jardines abiertos
No existen estadísticas sobre cuántos universitarios están en la misma posición de Romina, ni un reglamento general para asegurarles el correcto desarrollo de sus carreras.
Para apoyar a estos estudiantes, en 2010 se añadió el artículo número 11 a la Ley General de Educación, que dice que ‘el embarazo y la maternidad en ningún caso constituirán impedimento para ingresar y permanecer en los establecimientos de educación de cualquier nivel, debiendo estos últimos otorgar las facilidades académicas y administrativas que permitan el cumplimiento de ambos objetivos’. Sin embargo, el Ministerio de Educación, que respondió a este reportaje por escrito, dice ‘no tener injerencia en estos temas que son parte de la autonomía de cada institución’. Y el Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas (Cruch) informó, de la misma manera, que no posee un catastro específico respecto de cuántas/os de sus alumnas y alumnos son madres/padres. La existencia de beneficios o apoyo para estos estudiantes pasa por la voluntad de sus instituciones.
De todas formas, se han ido materializando avances en los últimos años. En un comunicado enviado para este reportaje, la Junta Nacional de Jardines Infantiles comenta que el primer paso se dio en 2005, cuando comenzaron a trabajar con algunas universidades para entregar el servicio de sala cuna y jardín infantil mediante convenios. La primera fue la Universidad de La Serena, con la instalación del jardín Los Papayitos. El organismo entregó fondos para la construcción del jardín, pero se administra directamente por el sostenedor de la universidad.
La Junji comenta que hasta el momento se han habilitado 13 jardines y salas cuna en universidades: 10 vía transferencia de fondos y tres de administración directa. Se espera que se entreguen ocho más durante este año, que aún están en construcción.
El acuerdo de la Junji con las universidades es que estos jardines sean abiertos para los vecinos del lugar, pero con acceso preferente para hijas e hijos de estudiantes.
Por otro lado, las movilizaciones feministas al interior de algunas universidades también han tenido efecto en la implementación de estas medidas en distintas instituciones. En los últimos años se han comenzado a aprobar diferentes protocolos y reglamentos para el apoyo y corresponsabilidad social de la crianza.
En general, estas políticas consideran un período de pre y posnatal, postergación de estudios, permisos para controles médicos y por enfermedad de sus hijos, flexibilidad de asistencia, de evaluaciones académicas y prioridad en la inscripción de ramos.
Una tarea conjunta
Otras universidades también han comenzado a involucrarse en este tema. En 2018, la doctora en Antropología Social, Lorena Valencia, el sociólogo Rayner Hernández y un equipo de ayudantes de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), desarrollaron una investigación sobre maternidades y paternidades en esa institución, donde registran el déficit de información y estudios sobre este tema en Chile.
El estudio también plantea que hay ‘una invisibilización de los roles maternos y paternos en el contexto universitario, además de una homogeneización, sin reconocimiento de realidades y responsabilidades familiares, infantiles, laborales, financieras y domésticas que deben asumir padres y madres’. Esto tiene como consecuencia que aún existan insuficiencias en la propuesta de políticas, servicios o beneficios para los estudiantes de educación superior.
Moira Juan (21) está en cuarto año de Ingeniería Civil Industrial en la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM). Vive en Maipú y se traslada a Ñuñoa todos los días junto a su hijo Bruno (3). Se levanta a las cinco y media de la mañana, prepara a Bruno y parten a tomar la micro. Se demoran una hora y media en el trayecto, pasa a dejar a su hijo al jardín y se va a la universidad. Tuvo a Bruno y volvió a clases cinco días después. El papá de Moira estaba cesante, así que se ofreció para cuidar a su nieto por un tiempo. Seis meses después, Bruno entró a la sala cuna y jardín ubicado en el interior de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE) y a una cuadra de la UTEM, gracias a un acuerdo entre las dos instituciones.
Este año le enviaron un correo desde su universidad, contándole que podían escoger el jardín de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji) más cercano a su establecimiento, mientras esperan que termine la construcción de un jardín propio para la UTEM. Esto la alivió, porque pese a que queda un poco más lejos, este cierra a las 8 de la noche, lo que le permite a Moira estar hasta su última clase.
—En cierto modo, como mamá no quieres que tu hijo esté lejos tuyo, pero a la vez te sirve a ti y le sirve a él que vaya al jardín. Le sirve para desarrollarse desde pequeño, aprender muchas cosas, y a mí también para seguir avanzando y poder formarlo a él.
Debido a que no existe una norma general, las universidades trabajan con las necesidades que diagnostican en sus estudiantes. Por ejemplo, en la Universidad Santiago de Chile (Usach) no se han incorporado políticas de corresponsabilidad, pero han puesto a disposición de las estudiantes un ginecobstetra y un ecógrafo al interior de la universidad, para que puedan chequear el proceso de embarazo de las estudiantes. Hasta el momento, solo siete alumnas han sido atendidas por el profesional.
En regiones también se están manifestando cambios. La Universidad de Concepción considera dentro de su reglamento un fuero para estudiantes embarazadas, pero que aún están trabajando para entregar facilidad en la toma de ramos, y en la Universidad Austral se está elaborando en un reglamento que se dará a conocer el 2020.
Otro caso es el de la Universidad Católica del Norte, que también tiene un reglamento de apoyo a sus estudiantes padres. Ignacia Cea (26) es alumna de cuarto año de Ingeniería Civil en Minas en esa institución. Es de Concepción, pero se trasladó a Antofagasta para continuar con sus estudios. En el segundo semestre de 2018 nació su hijo Franco. Dice que sus profesores han sido comprensivos, pero que hay otros reglamentos que chocan con la corresponsabilidad.
—En la universidad conmigo se portaron un siete, no tengo nada que decir. Y aunque tenía la posibilidad de tomar un pre y posnatal de la universidad (de seis y 12 semanas), no ayuda mucho, porque lo único que te exime es de la asistencia. Nada más. En el caso de que uno falte mucho a la universidad, corre el 50% de asistencia en ramos teóricos, no prácticos ni laboratorios. Pero eso depende de cada profesor.
En el caso de las instituciones privadas, Ignacio Contreras, director de Pregrado de la Universidad Adolfo Ibáñez, comenta que la poca cantidad de alumnos en condición de padre o madre —entre 30 y 35 alumnos — ha permitido a la universidad identificar a esos estudiantes y contribuir a sus necesidades. Hacen un catastro todos los años y ellos tienen prioridad en la toma de ramos, acceso a psicólogos gratuitos y fuero para ausentarse de clases y pruebas en caso de necesitarlo. En la Universidad Diego Portales, Mariana Gaba, directora del Departamento de Género, comenta que solo un 5% de sus estudiantes son madres y padres, y por el momento, el único beneficio es la justificación de ausencias por llevar al hijo al doctor.
La Pontificia Universidad Católica de Chile también ha tomado medidas. Elizabeth Villablanca (22) quedó embarazada en el segundo semestre de 2017 cuando cursaba segundo año de Pedagogía en Educación Parvularia. Su universidad tiene un Programa para Padres y Madres que entrega consejerías individuales, talleres grupales, orientaciones y salas de lactancias, mudadores y un jardín infantil.
Carolina Méndez, directora de Asuntos Estudiantiles de la UC, comenta que aproximadamente 600 estudiantes son madres y padres, y el cupo máximo para alumnos en el jardín infantil es de 15 niños. Para ver quién tiene acceso a ese cupo, hacen un análisis socioeconómico de los estudiantes y le dan prioridad a los estudiantes más vulnerables. Explica que los alumnos tienen preferencia a la hora de tomar ramos y de una posible rebaja en el arancel si es que toman menos ramos, pero asegura que la flexibilidad académica depende de cada profesor.
—Hay flexibilidad en la medida de que los estudiantes logren los objetivos de aprendizaje de los cursos, que es lo que a nosotros nos interesa. Por lo tanto, la flexibilidad que se les da está en relación a que ellos puedan evidenciar que aprendan. Y eso es lo que se les transmite a los profesores para que ellos lo vean con sus estudiantes —dice Carolina Méndez.
Aunque la universidad asegura que los alumnos tienen servicios básicos de salud, el concepto de pre y posnatal no existe. Ese fue el caso de Elizabeth Villablanca, quien explica que desde la universidad le dijeron que tenía un mes máximo para volver a clases luego de que nació su hija y que no la podían esperar. Por eso, en marzo volvió a la universidad, cuando su hija Antonia tenía 28 días.
—Nunca he alegado absolutamente nada, porque me da cosa. Porque he escuchado de otras alumnas que han tenido problemas por ser mamá, por presentar ciertos certificados. Y de verdad que me aterra —dice Elizabeth Villablanca.
La compatibilización de actividades, largos recorridos en el transporte público y las necesidades económicas para jóvenes que aún no terminan su carrera, pueden ser factores de estrés. Moira Juan comenta que pese a que ha tenido el apoyo de sus profesores y compañeros, la exigencia de la crianza y las responsabilidades académicas es bastante.
—Es mucho más complicado para un alumno con hijo, porque se te acota mucho el tiempo de estudio. Muchas veces me tengo que quedar toda la noche estudiando para poder estar al nivel de mis compañeros, aunque nunca lo voy a lograr.
Agrega que a pesar de los esfuerzos, ha reprobado algunos ramos.
—Me he atrasado en la carrera, porque no puedo tener los mismos ramos que mis compañeros, es mucho peso encima. Me faltan como tres años más para terminar. Pero de a poquito he tomado uno o dos ramos menos que los demás.
En su universidad se aprobó una política de corresponsabilidad en 2018, que considera un período de prenatal de seis semanas y un posnatal de 24 semanas, medidas de flexibilidad académica y permisos especiales. Moira comenta que no sabía de su existencia y no ha hecho uso de estos beneficios, principalmente por desinformación.
Sandra Gaete, directora de Relaciones Estudiantiles de la UTEM, comenta que lo más difícil ha sido que la información llegue a toda la comunidad universitaria, pero están trabajando para difundir mejor su reglamento.
—El fuero lleva un año de implementación y las dificultades han radicado en un cambio cultural en la comunidad universitaria, que no es inmediato y requiere compromiso. Hemos comenzado a capacitar tanto a las y los docentes como a funcionarios en materia de género, y hemos comunicado la importancia de generar las condiciones adecuadas.
Fuente: El Mercurio